MANIFIESTO POR LA VIDA FILOSÓFICA
“Y por eso, palabras indestructibles, que jamás, en ningún tiempo, se debilitarán (…) volvemos a pronunciar al levantarnos. Por eso séanos permitido levantarnos repetidas veces(…)”
Oración matutina a Ñamandu
“Dime oh! gran chaman qué mensaje está en el fuego del porvenir (…): Va y corre por los llanos mirando hacia el horizonte y retumba en la selva el rugido del jaguar, su pelaje y su nombre serán señal de grandeza”
Kalamarka
Este manifiesto procura que la concepción de filosofía trascienda los límites dados por la geografía aislada que los libros presentan ante las urgencias de la vida, de la realidad; invita a cuidarse de la filosofía tal como colonialmente la enseñan, para poder filosofar. De esta manera es una respuesta a la reseña -de la revista estudiantil de filosofía Lup’iñani-Pensaremos- que Juan Cristóbal Mac Lean a publicado en el semanario PULSO correspondiente al 20-26 de enero del presente.
Cristóbal Mac Lean, igual que Colón, es un necio desorientado. Esto tiene origen en “nescire” que significa no saber; necio es aquel que ignora y cree saber, pre-juzga y no dialoga; la necedad es intelectual, puesto que es un defecto de la inteligencia. De aquí que el necio dice las mayores vaciedades con el mayor orgullo. El necio es un tonto presumido, una voluntad de autocolonización, habla sin saber lo que dice, como estando poseído, y por ello, el necio da risa.
Ha fallado en su encargo, debía leer y no sólo hojear, pero eso es propio del necio. En la carta de invitación (que su reseña omite) se propone “la necesidad de establecer vínculos y compromisos que puedan transformar a esta ‘carrera de filosofía’ en una comunidad de comunidades de discusión”, pues para “trabajar filosóficamente es necesario comunicarse con otros.” El que dialoga no pre-juzga ni da la espalda a ningún pensar, lo critica.
Son dos cosas de las que parece no saber este necio, en su voluntad colonial: de dónde está parado y de filosofía.
Dónde está parado, el necio no lo sabe
“Es hasta cierto punto comprensible y natural que se le quiera imprimir, a cualquier intento de pensar, un sello propio en el que quede reflejada, de alguna forma, la circunstancia histórica y geográfica desde la que se procura hacerlo.” Juan Cristobal lo hizo, se puso en el locus de enunciación de la modernidad, por ello invoca a “la única que en el fondo hay (…) la filosofía occidental, la filosofía nacida en Grecia, como parte esencial del milagro griego”. Como todo necio colonial es un poseído por el discurso de lo universal, objetivo-neutral, apolítico y, por lo cual, se tiene así mismo por el justiciero de lo humano, de lo único, de “lo Mismo”. Este tipo procolonial es el portador inconsciente de la voluntad de autocolonización, por ello no sabe dónde está parado.
El discurso procolonial siempre habla de “lo Mismo”, pues sus poseídos reproducen de manera inconsciente relaciones de poder instauradas por el expansionismo moderno. La modernidad es esencialmente solipsista y colonizadora, por eso creen que el otro es la negación absoluta de lo europeo-occidental-universal. Estos poseídos proclaman su milagro como el único proyecto humano-racional, en cual, el otro es sinónimo de pecado, de lo “utópico arcaico”. Este enfermo poseso se gesta en el paradigma de la conciencia, eso significa que el sujeto no precisa de otro para realizar las representaciones de su conciencia, de modo que él se vuelve criterio de validación. Al encerrarse en sí mismo imposibilita toda crítica. Por su autismo el necio poseído es antifilosófico por excelencia, su ocioso gusto es el de no pensar; por tener el ojo de espina no ve la realidad.
Al no saber dónde está parado, en el locus de la modernidad, repite un discurso mítico vaciado de criterios materiales que sacrifica al ser humano como sujeto de necesidades para sustentar su bovarismo entregado a ideales católico-universales de la humanidad. Esta relación, entre su bovarismo y la realidad que no se deja negar, produce una interferencia existencial que pone en juego nuestra vida corporal.
Su postura antifilosófica es consecuente con la racionalidad autista que el discurso colonial emana como hedor. Primero, niegan toda filosofía que surja de nuestro contexto recurriendo a mitos históricos y apelando a versiones vulgares del hegeliano: “América no es más que un eco del viejo mundo”. Segundo, estos necios imposibilitan el diálogo crítico cuando deciden canonizar autores; por ejemplo, si afirmamos acríticamente que la filosofía de Kant es universalmente válida, aceptamos lo que el moralino pietista afirma en su filosofía antropológica: “La raza de los americanos no puede educarse. No hay fuerza motivadora porque carecen de afecto y de pasión” y “Ellos (los negros) pueden ser educados pero sólo como sirvientes (esclavos) (…) tienen miedo a los golpes (…)”, así, con ellos se requiere “una caña partida en vez de un látigo (…)”. Tercero, su implicación, pierden todo sentido crítico con la realidad, la filosofía se reduce a palabra muerta, así es “tal como la conocen”. Estos necios, en su estado de posesión colonial, no saben que una manera de vivir crítica es la condición indispensable del filosofar.
El necio de filosofar, nada sabe
“Es hasta cierto punto comprensible y natural que se le quiera imprimir, a cualquier intento de pensar, un sello propio en el que quede reflejada, de alguna forma, la circunstancia histórica y geográfica desde la que se procura hacerlo.” Si estos poseídos supieran lo que dicen, no parecería que botan, como los muertos, pedos hasta por la boca. ¡Hay que estar vivo para filosofar!
Para estos ocioso de vida antifilosófica todo esto es asunto cultural o académico. En cambio, para los que han sido barbarizados y se han resistido a la colonización es cuestión de vida o muerte, su respuesta a ellos siempre ha sido la crítica mediante su lucha y resistencia dialógica. ¡Qué vida! ¡Qué filosófica manera de vivir!
Contra el manual que habla del “milagro griego” y otros mitos eurocéntricos, está la vida filosófica. Sólo esta vida lucha y critica a los muertos que afirman: “Nada hay que hacer, todo está pensado”. Para los poseídos la filosofía es una catequesis de manual; cuidémonos de su prédica. En cambio, los que nos resistimos a morir decimos: “Vivan filosóficamente y pongan vida en la filosofía; hay que cuidarse de la filosofía, para pensar”.
Filosofía es gestar las condiciones para vivir en autodeterminación. Nuestra crítica es una lucha dialógica por la vida. La dialogía es una relación existencial práctica que experimenta la tensión de su comunicación; es práctica y teoría. La dialogía surge en la diferencia colonial. Esta diferencia es el efecto del proceso expansionista moderno, que arrastra como excremento en el zapato, una división maniquea entre lo humano-civilizado y lo bárbaro. Esta división ideal produce la muerte corpórea; se justifica en la condena del otro al pasado, a lo arcaico, desterrándolo de la historia y de la ontología de su proyecto iluminista milagroso, lo denomina desastroso y pecador de ese credo único. “(…) ¡Oh humanitarismo! ¡Oh imbecilidad! (…) no busca la verdad más que para hacer el bien, -¡apuesto a que no encuentra nada!” (Nietzsche). Así como Juan Cristóbal, el poseído es guiado por su voluntad de autocolonización y en su injusticia sólo encuentra lo decadente: su soledad, su mismidad.
Resaltaba, el necio astrólogo, que el artículo de filosofía quechua-andina está escrito en castellano. Esa es una prueba de dialogía, pues se ha publicado ese artículo, que traduce saberes, para dialogar con los indolentes (Boaventura). O acaso, usted Juan Cristóbal, aprendería quechua, xirionó o guaraní para abrirse a comprender filosóficamente ese otro modo de ser; ¿lo haría? El Pacha Yachachiq, por su parte, era una máquina de descolonización para romper los impedimentos a la autodeterminación que han sido impuestos y sustentados por el discurso colonial desarrollado desde el inicio de la modernidad en 1492, del cual su reseña no pasa de un irrisorio volante, que apoyado en un saber de manual, de izquierda o derecha da igual, hacen una apología a no pensar.
La vida filosófica es la lucha del otro por la vida, es el descentramiento radical de “lo Mismo” desde la práctica del otro, desde su locus de interpelación. El locus de interpelación es la zona de daño y surge cuando una realidad piensa con cabeza y vientre, se expresa desde de su experiencia extrema; enuncia actuando, interpelando-cuestionando, poniendo en crisis un sistema de colonialidad oficial. El locus de interpelación se constituye en la resistencia a morir por el dominio colonial.
Aquí no hay purismo ni folclorismos, hay la conciencia del cruce de diferentes prácticas, pensamientos, ideologías, modos de vida que generan una crítica externa y subalterna de la modernidad. Así, filosofar es pensar actuando dentro la tensión dialógica y evitar reproducir las negativas a la autodeterminación; ser consecuentemente crítico con la manera filosófica que los pueblos originarios han resistido. Por ello, el locus de interpelación posee preeminencia ontológica frente a lo global y universal del mito moderno. Eso convierte a la vida resistente en un foco de lucha descolonial. Este filosofar es crítico por su capacidad de transformar la realidad; radica en ser una fuerza vital que entra en relación práctica con otras fuerzas y que no se deja reducir a la religión colonial del solipsista universalismo.
La vida filosófica es una lucha dialógica por la vida corpórea contra el discurso mítico vaciado de criterios materiales; es decir, la vida filosófica es una crítica al dominio colonial presente, producido históricamente por la modernidad. A los del falso debate sobre la inexistencia de filosofía en los pueblos originarios, las palabras de un capitán grande del pueblo guaraní para sus orejas largas, si pueden todavía escuchar: Para nuestro pueblo, filosofía significa darnos cuenta de las crisis del presente, de lo que pone en peligro nuestra vida, de lo que es preciso criticar.
Martin Mercado Vasquez.
(Vive y estudia filosofía en La Paz)